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PARQUE TUMBES

PARQUE TUMBES OTRA VISIÓN

domingo, 14 de octubre de 2007

Los peces- Mª Cristina Ogalde


La anciana estaba sentada desde la mañana en la única roca, a lo largo de la extensa playa, lisa y envejecida por el golpeteo de las olas. Permanecía a ratos en silencio, a ratos murmurando un regaño con las manos cruzadas sobre sus rodillas, arropada en grueso chal con más años que ella. Se inclinó para mirar en el agua calma el reflejo de la luna, no lo consiguió, la contaminación la hacía más oscura y espesa que la misma noche que la envolvía. La pesquera que se instaló cerca era la responsable, no solo arruinó el agua también la vida de los pescadores de esa pequeña caleta, los peces o habían muerto o desertado mar dentro. La anciana se arropó un poco más, esperaba oteando el horizonte en busca de la luz que anunciara la llegada del bote. Llevaba dos días y dos noches así.
A su espalda aún se reflejaban luces de las casuchas, refugio de sus vecinos.
Doña Juana salió de una de ellas y se acercó con pesadumbre:
--Vamos doña, entre que ya llega la madrugada.
--Ya voy doña –respondió la anciana- sólo un poquito más, deje despedirme-agregó con un suspiro.
--Venga a comer algo doña, capaz que se enferme ahí - le gritó la mujer entrando nuevamente en la casucha.
La anciana rezongó una vez más comenzando a levantarse. Por su mente pasaba el resto de su vida sin su “viejo”, que se hizo a la mar en busca del sustento.
--Qué ola gigante, qué ventarrón te llevó hasta el mismo fondo, mi viejo – le preguntó al viento.
--¿Cuál será mi futuro?- se preguntaba –fuerzas para trabajar ya no tengo.
El hambre amenazante terminaría con las pocas que le quedaban.
--Bueno viejito, qué le vamos a hacer, buenas noches, descansa viejito mío.
No terminaba de pronunciar esta despedida cuando del agua negra y maloliente saltaron peces reflejados en la luz de la luna, cientos caían en la arena, revoloteando, boqueando fuera del agua.
La anciana asombrada recogió los que más pudo en su delantal extendido con ambos brazos.
Esa madrugada el olor a pescado recién horneado inundó la caleta, aromático, fuerte. Invitó a los vecinos a desayunar. Al mediodía su patio estaba repleto de pescados colgando al sol para secar y vender en la ciudad. Así la anciana todas las noches de luna, sentada en la misma roca y a la misma hora, mirando las aguas muertas, secas de vida, en un rito sagrado repetía:
--Buenas noches viejo, descansa viejito mío.
Al instante saltaban peces dorados y plateados para ella y sus vecinos, para vender y compartir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantó el cuento, se queda uno esperando más.

Diseño:
Ingrid Odgers Toloza

Centro de Talcahuano

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entrevista a Mª Cristina Ogalde

Caracola

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